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Triduo Pascual en el Cenáculo de la Providencia

Actualizado: 20 jun 2023

Semana Santa 2022.


Fueron días de Cenáculo, de Familia, de solemnidad.


La Familia Cenáculo De La Providencia vivió la Gran Semana de los católicos en su Santuario, en su hogar, en el hogar de María. Comenzando por un Domingo de Ramos glorioso, alabando al Señor en su entrada. Con el Santuario adornado con las hermosas palmas, con alfombra roja y con una Familia que repletó la explanada.


La entrada del Santuario fue la recibida de variados y hermosos ramitos elaborados por la Rama de Madres del Santuario. Que las mismas madres los ofrecían con cariño. La procesión comenzaba con preciosos cantos y alabanzas desde la calle, simulando la entrada del Señor a Jerusalén. El ambiente era de una mezcla de sincera fe, con profunda alegría.


Una vez más en este año abríamos las puertas a la entrada permanente de Nuestro Señor Jesucristo, y el canto alegre del Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor por todos entonado daba un marco de unidad, de “hogar”.


Todos los preparativos se hicieron con la máxima delicadeza, todo se revestía de amor y fe para el Señor, para acompañar también a María Santísima en esta Semana tan importante.


Las palabras del padre Horacio nos llegaban al corazón. “No se puede desperdiciar el tiempo de oración en esta Semana Santa” nos recordaba, y muchos nos dimos cuenta de lo importante de esa Semana.




El Jueves Santo llegó con el mismo espíritu de hogar, de homenaje, de Familia, porque todos nos movíamos por la misma causa; Hermanas, matrimonios, madres, jóvenes, todo aquel que estaba en el Santuario ofrecía su servicio, su ayuda, su entusiasmo. La frase más repetida era “en qué ayudo”. Por ello que a las 19:30 la Familia estaba preparada. El Cenáculo estaba esperando la Última Cena como hace más de 2000 años atrás. Todo el ambiente evocaba aquel Cenáculo bíblico. La Cena, la Mesa de unidad estaba en medio, con ricos panes como los de la época, con racimos de uva, hojas de parra, velas por toda la Mesa y un cáliz dorado en medio. Esa mesa después de la ceremonia, fue compartida con fraternidad por todos.


Todo estaba organizado. Comenzó la Santa Misa de Jueves Santo recordándonos la humildad y amor del Señor al arrodillarse el Padre Horacio y lavar los pies de algunos integrantes de la familia. Ejemplo de fraternal alianza de amor para todos nosotros. Esperemos que no se nos olvide y que las fotos nos recuerden la misión de todo cristiano.


Jueves santo, día de agradecer el momento donde Jesús decidió ordenar como sacerdote a los suyos, incluso a Judas como nos recordaba el Padre Horacio. Iglesia nuestra, Santa y Pecadora, pero con Jesús en el centro. Las peticiones nos hicieron recordar a tantos sacerdotes admirables, que están en nuestro corazón, ella decía: “Por los sacerdotes, especialmente por el Padre Horacio, para que en este día especial para ellos reciban de Cristo la fuerza necesaria para ejercer devotamente su ministerio”.


Las canciones elevaban la profundidad de la ceremonia. El mismo Señor se estaba convirtiendo en pan, para estar junto a nosotros hasta el fin del mundo. Y la canción decía: “Dime como ser pan Cómo ser alimento que sacia por dentro que trae la paz …” Era la institución de la Eucaristía, nos hacía recordar el gran regalo e importancia de este día. Y tan solo pudimos decir “gracias, Señor”.



Todo fue grandioso hasta ese momento, pero comenzó la última y emotiva parte del traslado del Santísimo, despojo del altar y frente al Santísimo expuesto en la explanada se inició la adoración meditada y cantada. Tuvimos el privilegio de, al igual que Santiago, Pedro y Juan quienes acompañaron al Señor en Getsemaní, acompañar a Jesús en nuestro Getsemaní de Schoenstatt.


La noche comenzaba a enfriarse, pero el corazón por todo lo vivido permanecía cálido. Aún había muchas personas acompañando a Jesús hasta las 22 horas.


La meditación interpelaba a todos de diferentes formas. Algunas de ellas nos hacían meditar: “Venimos, tal vez, con los mismos condicionantes de los amigos de Jesús: tenemos sueño, estamos despistados o abrumados por muchos acontecimientos que nos asolan. Como los discípulos, y lo tenemos que reconocer, tenemos miedo a ser señalados por ser cristianos, por ser de los suyos. Atrás ha quedado la cena y, junto con los apóstoles, acompañamos al Señor en este lugar alejado, en este huerto de Getsemaní. Hoy, más que nunca, en la oración de Getsemaní brotan las luchas y las penas de nuestro mundo. Gracias, Señor, tu oración en Getsemaní personifica lo que a nosotros nos falta: la estrecha unión con un Dios que nos da fuerza y valor en las horas de combate…” y mucho más que nos llevó literalmente a ese momento de contemplación en el Huerto.


Fue un día en que todos nos fuimos meditando a nuestros hogares.




Y llegó el Santo Viernes, día de la Pasión, día de acompañar a María la Dolorosa. Comenzando con un Retiro que movió todo lo que estaba más tibio en nuestra alma. Meditación, preguntas, relatos y charla del Padre Horacio López que se nos hizo corto, pero intenso. Recordar las Bienaventuranzas de Jesús renovó nuestro compromiso de ser Cristo para los demás.


Y en la tarde se inició la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y Comunión.


El Santuario nuevamente se vistió de gala, alfombras rojas, ausencia de flores, tabernáculo abierto y vacío, el Cristo crucificado a los pies del Retablo, a los pies de la Imagen de María que nuevamente lo colocaba muerto sobre su regazo. Las personas entraban para acompañar a la Virgen que le entraban una a una las siete espadas. Sus aliados estaban de rodillas meditando, orando y contemplando en el más absoluto silencio.


Fuera del Santuario, en un rincón notorio, estaba un manto blanco que era una similitud de la Sábana Santa. Ella estaba sosteniendo una larga tela roja de terciopelo que nos recordaba el manto púrpura con el que cubrieron a Jesús los soldados que lo flagelaron. Y para no olvidar el gesto más grande de amor del Rey del Universo una corona de espinas lacerante y tres clavos enormes que nos mostraban la crudeza del acto de la crucifixión.


La procesión comenzó con el Cristo oculto con un paño morado que fue siendo descubierto en tres tiempos mientras avanzaba en alto en manos del sacerdote.


Conmemoración de la Pasión, las Sagradas Escrituras nos hablaban del dolor y del sacrificio de nuestro Señor por cada uno. Quien asistió al Santuario no quedó indiferente. “Murió por mí”.


Nuevamente la música, los cantos, las lecturas, el ambiente nos llevaba a vivir un Viernes Santo especial, único, que no queremos olvidar.




Y nos llegó el Sábado Santo, la Vigilia Pascual. La oscuridad total, las luces una a una fue apagada, señalando la ausencia de un Dios muerto por los hombres. Solo la luna, que generalmente es representada por la Virgen María alumbraba desde el Cielo esta gran oscuridad.


El fogón con la llama flameante comenzó a tomar fuerza desde el portón del Santuario. Las palabras del Padre, las exclamaciones “Luz de Cristo” comenzaron a dar una pequeña luz. Todos estábamos observando cada gesto que representaba la liturgia pascual. Cada persona tomaba una velita desde la entrada del Santuario. Muchas personas tenían sus campanitas que sonaron con fuerza en el Gloria tan anhelado. Fue la fiesta de la luz, de la esperanza, de la certeza que Jesús, hecho hombre, había triunfado sobre todo mal, sufrimiento, maldad, injusticia. Cada luz en nuestras manos nos hacía confiar en la Victoriosidad de Dios.


Noche de Familia unida, de luces y sonidos de campanitas. También recordar las promesas del bautismo, renovarlas y muchos frasquitos de agua bendita para llevar a casa. Noche de caras alegres y de certeza de nuestra fe. Dimos gracias al Cielo de no perdernos estas ceremonias que nos hacen penetrar en la razón de existir de la humanidad, nuestra salvación. El Dios hecho hombre que nos vino a redimir.




Y para sellar esta Gran Semana la concluimos con un Domingo de Pascua, de sol y cantos, de bendiciones y de asperjar la asamblea. Día nuevamente en que las campanas del Santuario no pararon de sonar, día de niños pequeños que caminaban y jugaban cerca del altar como si hubiesen escuchado a Jesús decir “Dejen que los niños vengan a mí”. Familias jóvenes, mamás y personas mayores fieles que participaban de la ceremonia.


Nuestro querido diácono Edgardo Guzmán estuvo encargado de la homilía y nos dejó muy en claro que todo lo vivido en esta Semana Santa tiene una consecuencia para todos los cristianos. Jesús nos mostró el camino, él es el camino. Tenemos la responsabilidad de transmitirlo al mundo. No olvidemos que por el bautismo somos todos sacerdotes, profetas y reyes. No olvidemos entonces de preguntarnos en nuestras oraciones cuando conversamos con Dios Padre, ¿Señor, cómo puedo ayudarte?


El ambiente estaba pleno de júbilo. Huevitos que se regalaban para los niños. Y de mucha alegría de sabernos hijos de Dios. Era una confirmación que nuestro Santuario es una réplica viva del Cenáculo, donde todos estábamos reunidos en torno a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, la Familia Cenáculo de La Providencia vivió días de cielo, de amor, de Pasión y de Resurrección.




Damos gracias a todos quienes de diferentes maneras han colaborado para que todo haya sido un momento de Cielo.


Y ahora y siempre nos quedamos esperando un nuevo Pentecostés para que nos transforme en el “hombre y mujer nueva”.


... crónica de nuestra querida Verónica Vergara.



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