Cuando el Padre José Kentenich hablaba de Schoenstatt, lo hacía con la certeza de que era la Madre Tres Veces Admirable quien quería regalarse a toda la Iglesia, a todo el mundo. Él era un instrumento disponible para ayudarle a expandir su obra. Con esta convicción, inició su primer viaje a Latinoamérica.
Llegó el 23 DE JUNIO DE 1947. Hacía 11 años que las primeras Hermanas habían llegado a Chile. Años de espera, de nostalgia, de entrega. El avión aterriza en Los Cerrillos una alfombra roja cruza la loza desde la escalinata del avión hasta el edificio del aeropuerto (NP usaba pasaporte diplomático).
Realiza un arribo triunfal. Al terminar la alfombra lo reciben algunas Hermanas que él enviara a Chile, varios Padres Pallotinos, fotos y preguntas de los periodistas de los medios de comunicación capitalinos. El Padre con una amplia sonrisa, un apretón de manos y un “non cum prole pia” se entrega de lleno e indefenso a la incipiente Familia chilena simbolizada en esos Padres y esas Hermanas y a la futura tarea publicitaria de Schoenstatt, en esas fotos y primeros interrogatorios.
La misma tarde de ese día, se reunió con los integrantes del movimiento y conversaron sobre cómo Dios estaba presente en cada acontecimiento de la historia de Schoenstatt, incluso tras su visita.
“Si miro hacia atrás y contemplo lo que han significado los años pasados, previstos en el plan de Dios, vienen a mi mente las palabras del profeta Jeremías: Irás donde te envíe, harás las obras que te encomiende, dirás las palabras que te dicte. No temas, seré tu protector. Esta es la clave que explica mi presencia aquí”, dijo.
Sus 47 días en Chile fueron la presencia viva y plena de un Padre. Tras haber estado más de tres años en el campo de concentración de Dachau, Alemania, estaba profundamente feliz y agradecido por encontrarse con sus hijos y conocer la realidad de todo el país. Para lograrlo, visitó Valparaíso, Temuco, San José de la Mariquina, Puerto Montt, Osorno, Concepción, Santa Cruz, Chimbarongo, Rengo, San Bernardo y Puente Alto.
Se estableció en la casa del Seminario Pontificio de Santiago. En la capilla se cantó el Magníficat y predicó: “He venido a traer fuego a la tierra y no pretendo otra cosa sino que arda….”.
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